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¡Ten paciencia con nosotros!
Rafael Marco, SMA




 

Una tarde de febrero llagan a casa dos hombres en bicicleta. Son el presidente y el secretario de una comunidad distante unos 40 kms.

—Buenas tardes, padre ¿qué tal estás?

—Bien. ¿Y vosotros, las mujeres y los niños?

—Todos bien, gracias a Dios.

Seguimos saludándonos un buen rato, según la costumbre, preguntando por unos y por otros, hasta que dicen:

—Hemos venido con una palabra (Es una forma de decir que hay un problema).

—¿Qué pasa?

Parece como si no supieran cómo empezar. Dan vueltas al asunto y poco a poco se deciden.

—Es que el catequista ha robado dinero de la caja de la comunidad cristiana del pueblo. Vimos que las cuentas no cuadraban y le preguntamos qué pasaba y nos dimos cuenta de que había robado 5000 francos (unos 6 €). Ya le dijimos que eso no estaba bien, pero pensamos que tú deberías venir, pues él es el catequista, el que enseña a los demás y encima está bautizado. Tendríamos que tratar el problema con toda la comunidad.

—Vale. Iré la semana que viene.

Cuando fui, aquel día nos reunimos al atardecer los responsables de la comunidad: presidente, ecónomo, secretario, presidenta de mujeres, presidente de Cáritas, el catequista y yo. Ya se hacía de noche y estábamos en la puerta de la capilla sentados en dos bancos. En medio había una lámpara de petróleo sobre una silla.

Fue el presidente quien empezó a hablar, diciendo que como San Pablo dice que no debemos llevar nuestros problemas ante los tribunales paganos, teníamos que tratar este asunto con discreción, pues desacreditaba a nuestra comunidad cristiana, aún frágil. Y dimos la palabra al catequista para que se explicara:

—Resulta que vinieron de la familia de mi mujer. Iban a hacer los funerales de un tío suyo. Ella tenía que ir allá y, claro, según la costumbre yo tenía que darle algo para aportar a la familia. Ya sabéis, si te niegas, haces el ridículo ante la familia de tu mujer y eso es vergonzoso.

Geema, geema (es verdad, es verdad), decían los demás al unísono.

—Pero como el niño había estado enfermo antes, no me quedaba dinero. Yo tenía en casa el dinero para comprar los libros de canto que habíamos acordado y... (hubo un silencio) Satanás me rondó y cogí el dinero de los libros para que mi mujer pidiese ir a los funerales. Por eso cuando vinieron para comprar los libros, ya no había dinero.

El presidente tomó la palabra:

—Hemos llamado al padre porque sabemos que eso nos puede pasar a todos, pero ahora somos cristianos y ya no podemos actuar como si no lo fuésemos. Además tú estás bautizado y eres catequista. ¿A dónde vamos a ir nosotros si los que nos guían tropiezan?

—Es verdad, tienes razón, asentían los presentes.

El catequista se daba cuenta de que un cristiano “ya no puede actuar así”, y sin embargo es algo tan común aquí... Agachaba la cabeza quizá por humildad o por el peso de la responsabilidad. Tratamos de buscar una solución a ese problema planteado y no tardamos en llegar a un acuerdo: el domingo por la mañana, en la capilla, pediría perdón delante de todo el mundo y devolvería el dinero. Terminamos la reunión con una pequeña oración. Cuando nos íbamos, el presidente me llamó aparte y me dijo:

—Lo que hemos decidido está bien, pero tú, padre, ten paciencia con nosotros. Hace sólo siete años que somos cristianos en nuestro pueblo y todavía no sabemos todo lo que supone vivir de ese modo y ¿sabes? ¡Hace falta tiempo para cambiar de vida! ¡Claro! A vosotros, los europeos, os costará entenderlo, pues lleváis tantos años de cristianismo que en vuestros países ya no hay ni robo ni corrupción... Tú, ten paciencia con nosotros.

—Tranquilo, le dije, tendré paciencia. Ya sé que es difícil cambiar..

Rafael Marco, sma.